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Misceláneas reflexivas

Nostálgico Etcheverry

Leo de tanto en tanto alguna reflexión de Jaim Etcheverry en relación a distintos temas donde, no obstante, subyace la cuestión de la tecnología vinculada a las comunicaciones. A veces tengo apreciaciones similares pero por lo general mis motivos son distintos.
Lo que sigue es una mínima reflexión prodigada por la cita de un texto que llegó mediante Facebook y que probablemente tenga su origen en la revista dominical del diario La Nación.

ESCRIBIR A MANO:
En Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los estudiantes aprendan la grafía.En Francia también se considera que no se debe prescindir de esa habilidad, pero allí el problema reside en que ya no la dominan ni los maestros.
Aunque el mundo adulto no está aún preparado para recibir las nuevas inteligencias de los niños producto de la tecnología, la pérdida de la habilidad de la escritura cursiva explica trastornos del aprendizaje que advierten los maestros e inciden en el desempeño escolar.
En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en palabras.
Por su parte, el escribir en letra de imprenta implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración
Si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es rica, diversa, individual, y nos diferencia a unos de otros,
Habría que educar a los niños desde la infancia en comprender que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable.
Los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo.
Posiblemente sea esto lo que los jóvenes temen, y optan por esconderse en la homogeneización que posibilita el recurrir a la letra de imprenta. Porque, como lo destaca Umberto Eco, que interviene activamente en este debate, la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no sugiere
En todo caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel impone una lentitud reflexiva.
Como en tantos otros aspectos de la sociedad actual, surge aquí la centralidad del tiempo.

Un artículo reciente en la revista Time , titulado: Duelo por la muerte de la escritura a mano, señala que es ése un arte perdido ya que, aunque los chicos lo aprenden con placer porque lo consideran un rito de pasaje, «nuestro objetivo es expresar el pensamiento lo más rápidamente posible. Hemos abandonado la belleza por la velocidad, la artesanía por la eficiencia».
La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: «dentro de un tiempo no la podremos leer».
Abriendo una tímida ventana a la individualidad, aún firmamos a mano.
Por poco tiempo…

No puedo dejar de imaginar una continuidad que me incomoda respecto a su formación médica y la de otros médicos que han sido figuras de autoridad nacional, pero quizá sean suspicacias mías.

Creo que lo de Jaim Etcheverry tiene más de poética y proselitismo que de riguosidad epistemológica, ponéle; tiene más de nostálgia, comprensible y respetable, que de exploración valiente.

La caligrafía seguramente pudiera ser una técnica apropiada para la expresión artística pero esa coincidencia con su difusión funcional durante el siglo xx ha sido una suerte de «externalidad positiva», una «propiedad emergente» que si no fue rehabilitada entonces, no creo que lo sea ahora.

Obviamente nadie puede desconocer una profunda homogeneización si observamos los fenomenos desde una perspectiva decididamente establecida en técnicas «recesivas» y aún cuando las técnicas «dominantes» son generalmente, entre otras cosas, más sencillas de adquirir, esta sensación de homogeneización y alienación probalmente vaya en aumento. Lo que no debería ser ignorado es que este «problema» no es novedoso y esta sensación es suprficial. Escribir mediante un teclado no reduce nuestra individualidad en mayor medida de lo que lo hace el idioma. Cualquier técnica tiene una dimensión que abre y otra que cierra, el verso, exceptuado el verso libre, originariamente era una mnemotécnica y dificilmente pueda ser visto como un elemento eminentemente homogeneizador.

Hay un ejemplo que para mi es elocuente: cuando abordo un género musical que no conozco, inicialmente parece todo igual. Aprendidos los rudimentos del código se abren los matices para los que inicialmente era sordo.

Para no extenderme más allá de mis energías ni agotar a nadie, considero que el reconocimiento de nuevas habilidades referido por Jaim Etcheverry es muy tímido porque en realidad está ignorando ese planteo básico que en economía se denomina frontera de posibilidades y que suele expresarse como «mantequilla y cañones». Favorecer la utilización de una birome implica quitarle tiempo a un teclado. Me gustan las biromes, las biromes son importantes, me gusta garabatear hojas pero debo decir que mi mundo se extiende mucho más con el teclado que con la birome y no me apena.

xulenNostálgico Etcheverry
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